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MÚSICA,

Coplas entre Isabel y Maribel

22 junio, 2013

Isabel Pantoja llenó el Auditorio de Fibes ayer ofreciendo un concierto extenso en el que rescató títulos de una trayectoria que supera ya los cuarenta años sobre los escenarios

Ricardo Castillejo

De amarillo, desafiando la suerte, apareció Isabel Pantoja ayer ante un auditorio que, antes incluso de empezar a cantar, ya tenía rendido a sus pies. Más de tres mil incondicionales que no dejaron de aplaudirle, de piropearla y de regalarle infinidad de ramos de flores para demostrarle a su artista que, pese a todo lo que haya pasado en su vida, su gente la sigue queriendo. Al fin y al cabo, cuatro décadas sobre los escenarios es mucho tiempo y, a la vez, hablamos del personaje mediático más carismático de nuestro país con lo que, la expectación, era lógica.

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Para ello, el concierto arrancó con un repaso fotográfico a la trayectoria de la intérprete donde, más allá de las imágenes con Paquita Rico, Gracia Montes o Rocío Jurado, la más celebrada fue la instantánea con Marifé de Triana. A partir de ahí, “la” Pantoja, con chal fucsia, desplegó lo mejor de sí misma para una primera parte, de hora y media, en la que sonaron las notas de melodías como “Embrujá por tu querer”, “Buenos días tristeza” o “Fue por tu voz” y “Garlochí”. Éstas, en palabras de Isabel, “fueron las dos primeras canciones que grabé con quince años… Por si la memoria falla”. Sentencias que se lanzaron para advertir del longevo camino de esta paisana que llevaba ocho años sin actuar en su tierra. “Estoy muy orgullosa de ser de aquí”, repitió en varias ocasiones no sin emocionarse al echar la vista atrás y recordar a aquella joven que, del TeatroÁlvarez Quintero, desplegó las alas hasta llegar donde todos sabemos que ha llegado.

“Nada”, “Que se busquen a otra”, “Veneno” y hasta un medley de sevillanas llevaron a un segundo tramo que se inició a las doce y veinte y donde la copla, ataviada con bata de cola negra y lunares blancos, fue la gran protagonista. Y ahí, “A tu vera”, “Silencio cariño mío” y hasta “En tierra extraña”. Una selección, en general, como poco singular –dentro de lo que suele ser habitual en el repertorio de esta mujer-, que desembocó en un desenlace más flamenco y en la “Salve Rociera” en la despedida.

Bebiendo agua de continuo, y tan delgada como se la ha visto en la última época, Isabel mantuvo, sin embargo, su calidad vocal en buenas condiciones y demostró que, su fuerza y su energía, no tiene límites. Ella, a punto de cumplir los 57 en agosto, es el último mito viviente del folklore nacional, con unas circunstancias alrededor muy complicadas, y ésa es mucha responsabilidad. Sea como sea, cara a cara frente al público, la del barrio del Tardón es una grande y pasará a la historia por ello. Lo demás, que aquí no entramos a valorar, son crónicas de otros cantares.

Ricardo Castillejo

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