Desde que se ha destapado en Hollywood el caso de Harvey Weinstein no dejan de salir a la luz pública casos de famosos que denuncian cómo ellos también sufrieron el que alguna persona con poder se aprovechara (o intentara aprovecharse) de ellos cuando estaban empezando. En España, José Coronado ha explicado que, en el mundo de la moda, un hombre le hizo proposiciones deshonestas. Belén Rueda ha dicho que un directivo de televisión le advirtió que no era el tipo de chica que contrataban en los inicios de Tele 5 y ahora, Cristina Tárrega ha recordado cómo una mujer, en la radio, se obsesionó con ella y, durante dos años, no la dejó ni a sol, ni a sombra (causándole a la presentadora un trauma del que aún se recupera).
La verdad es que, personalmente, no me he encontrado este tipo de situaciones en mi trayectoria, pero todo el mundo sabe que son algo frecuente desde que el ser humano empezó a serlo. Nuestros instintos sexuales son tan fuertes en ocasiones que perdemos la razón, pudiendo llegar a convertirnos por ello en la peor versión de nosotros mismos. Más allá, cruzando hasta esos límites, están los depravados, las malas personas que utilizan su influencia en su propio beneficio y que juegan con las ilusiones de la gente, especialmente de los jóvenes, cuando se están abriendo camino laboral.
Ojalá que se levantaran todos los dedos acusadores hacia estos/as individuos/as para evitar que esto sucediera. Lo que tiene que valer ante un puesto de trabajo es el talento. Y el que no lo entienda, que no mande.