¡Lo contenta que se puso mi amiga Inma ayer por la mañana cuando le invité al concierto de Luz Casal! “¡No me lo puedo creer! ¡Estoy llorando de felicidad! ¡Esta mujer no puede imaginarse la de veces que la he escuchado y la he visto desde que era una adolescente!”. Fijaros qué cosa. Una llamada de teléfono, una entrada para el teatro Cartuja Center (donde tenía lugar la cita)… y, ¡listo!
Claro que no me extraña porque Luz es precisamente eso, una ráfaga de sol que, al pensar en ella, nos ilumina el alma. Su forma de interpretar, sus letras -sencillas pero tan profundas-, su voz… ella en sí misma pertenece a esa estirpe de artistas que, por la mágica razón que sea, logran escaparse de las redes del tiempo. Es más, me decía el otro día en una entrevista que consideraba que tenía un concepto de la temporalidad bastante distinta al de la mayoría de la gente.
Porque Inma, mi amiga, tuvo la oportunidad de ver a la gallega en directo pero yo he podido, por varias veces ya, mirarle a los ojos y descubrir ese alma serena y dulce pero con el carácter y la fuerza suficiente para decir “no”, la palabra más difícil de pronunciar de entre todas las palabras. Ésa que yo también, por fin, utilizo cada vez más. “No”, en especial, a lo que no quiero hacer. “Sí” a sembrar dicha, aunque sea por unos instantes, en todo el que pueda pues, solo poniendo luz (Casal también) en un corazón ajeno, tu existencia habrá merecido la pena.