Nunca me han ofrecido trabajo a cambio de sexo. Jamás. Ni cuando era más joven, ni ahora que ya tengo una edad. Tampoco lo he visto cerca de mí, ni he sabido de primera mano de quien hiciera estas prácticas. De igual forma que no me han ofrecido droga en mi vida o que no he participado en según qué ideologías políticas para conseguir según qué contratos. Ni siquiera de pequeño, en mi colegio de Salesianos, cuando a todos mis compañeros les preguntaron alguna vez si querían ser curas, nadie me hizo esa misma pregunta. Será que llevo en la cara, escrito muy claramente, que no es fácil que pase por el aro por donde no quiera pasar. O no sé. Será casualidad.
Entiendo, eso sí, que, llegado el caso, debe ser una situación muy desagradable tener a alguien delante, con poder, y que te proponga, con o sin sutileza, un encuentro íntimo a cambio de un proyecto laboral. Y por eso espero que la justicia sea dura con Harvey Weinstein y con Morgan Freeman. Y con los que se merezcan, por tan deplorable forma de actuar, un castigo. Porque no todos/as tienen la suerte, como le sucedió a Gwyneth Paltrow cuando rodaba “Shakespeare in love” -según acaba de reconocer en una entrevista-, de llevar al lado un Brad Pitt para que nos defienda (el actor se encaró con el mencionado productor para “salvar de la quema” a su, por aquel entonces, novia).
Es momento de manifestarse, de protestar contra las injusticias. Somos víctimas de una tiranía callada con un disfraz de libertad y aperturismo bajo el que se esconden mucha más represión y más control de los que podamos ni imaginar. O empezamos a movernos ya, o terminaremos más aborregados que los propios borregos.