El cantante ha celebrado sus treinta años en la música con tres conciertos en FIBES, el pasado fin de semana, donde ha repasado las líneas maestras de una trayectoria durante la que se ha consolidado como un auténtico referente del flamenco

por Ricardo Castillejo

Que Miguel Poveda es un divo, es incuestionable. Pero no ejerciendo divismo a la antigua usanza. No marcando distancias ni creyéndose especial y diferente al resto. Él, sencillamente, ES especial y diferente al resto y las personas así no necesitan demostrar nada. Su sola presencia es la mejor prueba de que, como en este caso, han sido tocadas por una varita que les hace ser mágicos y, cual flautistas de Hamelín, hacer que el resto les sigamos vayan donde vayan, y hagan lo que hagan.

Por eso este catalán con alma sevillana puede cantar lo que quiera. Copla, poesía, boleros… Toque el género que toque lo convierte en flamenco y le da ese sello que imprime esa garganta suya, fuerte, poderosa pero, a la vez, llena de matices y de sensibilidad. Una voz con una conexión directa con su corazón pues, y en eso sí que no queda duda, los artistas como éste viven con las emociones a flor de piel, riendo y llorando casi con la misma facilidad y con la verdadera autenticidad de un niño.

Si Camarón sacó el flamenco de las sombras, y Mercé lo popularizó para las masas, Poveda lo ha sofisticado, ofreciéndolo al público en exquisitos espectáculos donde se cuida todo: vestuario, puesta en escena, iluminación… Un conjunto de detalles que se adorna con letras de Miguel Hernández o Lorca o pequeños y sentidos homenajes como el que el artista hace a su padre, fallecido en una ciudad, Sevilla, que aprendió a amar gracias a su hijo. Allí, sobre el escenario, Miguel confirma que ha nacido para él y que, como solo los muy grandes consiguen, conecta con el público en cada tema y con cada palabra, convenciendo con su arte desde los puristas a los más aficionados al género, eso sí, con un exquisito tratamiento -y un pudoroso sentido de denuncia social y de defensa de los más desfavorecidos-, ante el que a uno solo le queda rendirse de forma incondicional.

Gesticulador, cariñoso, un hombre lleno de sonrisas y de gratitud que, durante tres horas de reloj, se entrega dándolo todo, pensando más en el hoy que en el mañana. Porque, al final, todo puede cambiar en un instante y es mucho mejor uno inolvidable e irrepetible que un futuro lleno de incertidumbres. Ésa es la certeza de Miguel Poveda pues, como dice el título de su disco y gira, “el tiempo pasa volando” y, o lo aprovechamos con experiencias únicas como la de escucharlo en directo, o lo perdemos. En nuestras manos queda.