Desconozco si es algo típico de España, por aquello que decía Valle Inclán de que “la envidia es el pecado nacional de los españoles”, o si es algo del ser humano en general pero lo que sí tengo claro, clarísimo, es que nos encanta una desgracia ajena. Nos gusta pensar que el de enfrente también sufre y tiene debilidades y lo pasa mal con una mezcla de entre curiosidad y un poco de sadismo. Un placer insano que provoca que nos encontremos mejor cuando nos sentimos parte del mal de muchos.
Por eso cuando estos días se ha comentado lo de la crisis que han pasado Alaska y Mario Vaquerizo, ya me imaginaba a más de uno frotándose las patitas y pensando algo así como “¿Lo ves? Tenía que pasarles… Estos raros no podían terminar juntos”. Claro que, con sus extravagancias y todo, ya quisiera la mayoría primero durar lo que ellos están durando (dos décadas ya) y luego hacerlo con esa libertad y ese respeto y ese buen rollo que la pareja transmite.
A mí hay gente que me quiere mal. Es normal que tenga enemigos porque, como Alaska y Mario, mi filosofía es disfrutar. Reír, cantar, bailar… Sentirme bien y hacer sentir bien a quienes me rodean. Y eso, molesta. Jode, por decirlo más vulgarmente. Claro que, ¿vas a darles la satisfacción a cuatro amargados de estropear tu vida solo porque ellos no sepan vivir la suya? “A quién le importa lo que yo haga…”.