Decía el tango aquello de que “20 años no son nada” aunque con el paso del tiempo parece haberse ampliado el tema porque ahora ni siquiera setenta son apenas nada. O, al menos, hay para quien las siete décadas no se notan ni desde fuera… ni, lo más esencial, desde dentro. Y es que cada vez estoy más convencido de que eso de ser joven no está en el DNI sino algo mucho más intangible como la actitud, las ganas que se tengan de hacer cosas, las ilusiones que aún se sigan conservando.
Solo hace falta mirar a Cher, que ayer entró en los mencionados setenta con una piel de treintañera (mérito más del bisturí y de los tratamientos estéticos) y, en especial, con un brillo en los ojos casi de adolescente. Sigue cantando, sigue actuando en películas y sigue siendo una superviviente a la que no le importa lo que puedan o no pensar de ella. Porque cuando uno está muy seguro de sí mismo, eso tan estúpido del “qué dirán”, no hace sino contemplarlo con mucha, mucha distancia.
Se lo escribe a todos ustedes alguien a quien, durante gran parte de su vida, le ha condicionado la opinión ajena. Hasta que me he convencido de que, quien te admire y te quiera, no se dejará influenciar por insanos prejuicios. Y como yo de mayor quiero ser como Cher, a esas cateteces voy a prestarles la misma atención que seguro le presta ella. Una filosofía cuyo resultado, a las pruebas me remito, es más que recomendable.