Creo que a la presentadora a la que más he admirado -y, a la vez, envidiado-, es a Isabel Gemio la cual ha tenido la oportunidad de hacer EL PROGRAMA, así con mayúsculas, más importante de la historia de la televisión en España: “Sorpresa, sorpresa”. Un formato que logró los retos más bonitos de la “pequeña pantalla” y donde, por encima del componente de espectáculo, subyacían un montón de emociones bonitas entre las que destacaba la intención de hacer felices a las personas que en él participaban. ¡Qué propósito más maravilloso y más mágico!, ¿verdad?
Quizás en el fondo me siento un poco como el genio de la lámpara de Aladino (me encanta conceder deseos), o tal vez es que considero que, transformar un medio tan hostil con los sentimientos como la “tele”, en un lugar cálido donde llorar, reír y vibrar es un apasionante reto. O lo mismo es que mi vocación frustrada de artista habría encontrado en aquel teatro un escenario idóneo para entregarme a mi público. No lo sé. Lo único que sé es que a “la” Gemio -que había pedido cambio de horario para atender mejor a su hijo enfermo y a su familia- no le renuevan el contrato en Onda Cero, después de 14 años y más de 900.000 oyentes los fines de semana con “Te doy mi palabra”.
Está claro que nadie es imprescindible y que las empresas nos tienen mientras les servimos, pero este tipo de noticias siempre son un poco tristes. “El hormiguero” fue el espacio elegido esta semana por la extremeña para decirlo advirtiendo, eso sí, que volverá. Porque una “estrella” como ella, aunque intenten apagarla, nunca pierde su resplandor.