Siempre he pensado que hay dos cosas que hablan mucho de uno, más allá de uno mismo: la casa en la que vives y la forma en la que miras a tu madre. De la primera se puede deducir si alguien es ordenado o no, los gustos, las preferencias, la etapa vital en la que se encuentra… Luego, observando la segunda descubres, por ejemplo, la sensibilidad de ese hijo o hija, la generosidad, la manera en la que ha sido criado, el apego a sus raíces…
Ayer asistí al desfile que Cristo Báñez ofreció en su pueblo, Almonte, para inaugurar la Pasarela Doñana D´Flamenca, en una nueva etapa de ésta bajo la organización de Doble Erre. Allí estaban Elisabeth Reyes, Raquel Rodríguez, Arancha de Benito, Lucía Hoyos, Rocío Martín Berrocal, Victorio y Lucchino… Muchos vips que asistieron al evento para apoyar a este estilista que empezó como diseñador -que, por cierto, debería prodigarse más, por lo bien que lo hace, en esa profesión-, el cual dedicó su trabajo a su mamá, Cristobalina, popular modista de esa localidad de la que él bebió su vocación.
Pues bien, el abrazo que Cristo, cuando salió a saludar al público, dio a su progenitora, la forma en la que le reclamó a su lado, el amor tan grande que se notaba ambos sentían fue tan emocionante que muchos fueron los que no pudieron reprimir sus lágrimas ante tamaña demostración de cariño. Y entonces supe ver que Báñez, sobre todo, es una buena persona. Un hombre que voló del seno familiar en busca de sus sueños y que, triunfador, volvía a casa para darle las gracias a su madre, el origen de la luz con la que ahora ilumina.