Me gusta Paula Vázquez. Mucho. Físicamente, por supuesto, y, sobre todo, por la arrebatadora personalidad que tiene. La conocí hace dos años, para un editorial que hicimos en “Sevilla Magazine” y desde el principio me sedujo esa apasionada forma de ser que solo la gente que se bebe la vida a borbotones conoce. Ella, que no tiene pelos en la lengua, ha sabido madurar en armonía, reivindicando el que la mujer camine en paralelo al hombre y sin miedo al qué dirán. Por eso a veces se mete en líos cuando, en una sociedad demasiado acostumbrada a la hipocresía, planta por delante verdades que a algunos incomodan.
Porque hay personas a las que no les gusta escuchar según qué cosas y que, cuando se ven contrariadas por otro discurso contrario al suyo, directamente hacen lo que pueden para quitarte de en medio. Yo, que he sido con frecuencia víctima de eso mismo, comprendo perfectamente a la presentadora pues, al igual que ella le pasa, hay para quien soy incómodo. Pero, ¿qué hacer ante eso? ¿Te callas y vives envenenado o actúas en coherencia contigo mismo y aceptas las consecuencias de tu carácter?
En el fondo, lo que pocos piensan es que a quien se le ve venir es mucho más fácil tratarle porque lo que ves, es lo que hay. Como Paula. Que no tiene dobleces, aunque eso le haya costado más de uno y más de dos vetos. Quiero pensar que al final hay quien sabe valorar la autenticidad. Aunque sea cuestión de tiempo.