Se nos ha ido esta semana Nicolás Salas. Mi querido Nicolás, maestro, consejero, amigo y, sobre todo, una buena persona. Al menos así me lo demostró siempre desde que lo conocí, hace ya casi veinte años. Juntos compartimos cadena, Giralda Televisión, periódicos, Diario de Sevilla y El Correo de Andalucía, y, sobre todo, profesión. Un amor infinito y apasionado por esta vocación a la que, tanto él como yo mismo, hemos entregado gran parte de nuestra vida.
Nunca le conocí un mal gesto, ni una mala palabra, ni una crítica dañina. Al contrario, sus felicitaciones eran continuas y generosas y, sus consejos, los que corresponden a un ser humano sabio como él, veterano en muchas batallas de las que había regresado templado y con una inquebrantable voluntad de seguir sin tirar nunca la toalla.
Me pilló la noticia con un viaje a Madrid en el que todavía ando y, aun con la cabeza en la capital, mi corazón roto estaba en esa ciudad, Sevilla, que, el que todos conocían como su mejor cronista -nació en Valencia-, asumió como suya propia, amando cada rincón, cada personaje y cada anécdota desde lo más profundo de su alma.
“Mi niño”, me llamaba Nicolás cada vez que me veía. Lo mismo que me decía mi abuela Mercedes. E, igual que cuando ella murió, siento al maestro cerca. La prueba más contundente de que, al menos en mí, seguirá vivo para siempre.