La primera vez que me puse delante de un micrófono tenía diez años. Llevo desde siempre dedicado a esta profesión que, más que eso, es una pasión. Por eso puedo entender tan bien a gente como María Teresa Campos, que se ha entregado en cuerpo y alma al periodismo desde también muy jovencita y que, el viernes, recibió la merecida Medalla al Mérito del Trabajo.
Maestra admirada desde que tengo uso de razón, la manera de hacer televisión de Teresa ha sido, para muchos como yo, un referente. Y hasta la edad a la que comenzó a trabajar en la “pequeña pantalla”, los cuarenta, es una motivación. Su sentido del humor en paralelo a su fuerte carácter (que le ha costado algún que otro disgusto público, como cuando se encaró a Vasile desde Antena 3, bastante importante) son dos de los atractivos de una luchadora nata a la que, a pesar de todo, se le quiere y se le admira.
Porque, por encima de famas y dinero, a “la” Campos –que, además de informadora, tiene alma de artista- se le nota que lo que busca es agradar al público. Con criterio, sí. Con rigor, también. Pero sin dejar atrás el componente de “show business” que tiene la “tele” y, algo que dice mucho a su favor, queriendo renovarse continuamente para no quedarse anticuada en su discurso.
Acostumbrada a renacer de sus cenizas, a la malagueña la vida le sonríe. Tiene honores, ha recuperado la salud, su familia la adora y el amor de Edmundo le ha encendido la mirada. Y es que la vida termina devolviéndote lo que, bueno o malo, a lo largo del tiempo le entregas.