Necesitamos magia en nuestra vida. Algo que nos haga tener esperanza en que, una realidad tan miserable como la que nos rodea, pueda ser distinta. Lo mismo la clave está en hacer como le pasa al abejorro el cual, según la ciencia, no podría volar con unas alas tan pequeñas y un cuerpo tan grande. Pero como desconoce sus limitaciones, ahí va el tío inconsciente surcando cielos de incierto destino. Así que igual está en nosotros la solución para que las cosas sean mejores y salte la chispa de lo fabuloso cuando dejemos de ser nuestras propias fronteras y nuestros propios límites.
De hecho, el hilo argumental del nuevo espectáculo de El Mago Pop, “Nada es imposible”, es la promesa que el protagonista le hizo a su madre de pequeño de que, algún día, podría alzar el vuelo. Y lo consigue. Vaya que si lo consigue… Yo he sido testigo de ello en el Teatro Rialto de Madrid. Y de muchas cosas más que pasan durante una puesta en escena en la que queda claro que Antonio Díaz, nombre del ilusionista, ha revestido a la magia en España de ese “glamour” y majestuosidad que, durante mucho tiempo, había perdido (o tal vez nunca había tenido).
Sin embargo, lo más importante de la historia es su moraleja. Ésa del abejorro con la que se inicia el montaje y que tan olvidada tenemos. Más acostumbrados a ser más borregos, nos dejamos llevar por pastores a los que no les interesa ni que pensemos, ni que soñemos. Porque soñar nos hace libres y alguien que se escapa a las normas es “peligroso”. Muy triste, pero muy cierto.