Que nos tenemos que morir es un hecho incuestionable. Lo que varía en cada caso es lo que se deja en la memoria de los demás. Hay personas que se marchan y de las que apenas nadie se acuerda; las que, por lo mal que lo han hecho, son despedidas hasta con un cierto alivio por parte de quienes les conocieron; y luego están las que te tocan el alma y te hacen caer en la cuenta de lo importantes que fueron para ti, aún, tal vez, sin tú ni siquiera saberlo. Seres de luz que se apagan en la tierra pero que, como nuevas estrellas, siguen brillando en el cielo.
El viernes por la tarde, revisando el reportaje que ayer publicamos en esta sección sobre las noticias sociales del año, sentí gran pena al releer que se nos ha ido gente tan buena como Chiquito de la Calzada. O tan admirada como Ángel Nieto. O una mujer con tanta fuerza y tanta personalidad como Nati Mistral. O dos ángeles que tuvimos entre nosotros y que se llamaban David Delfín y Bimba Bosé.
Y así volví a sentir lo pequeños y lo poca cosa que somos. Y cómo esto se acaba cuando menos esperas. Y también me repetí a mi mismo, una vez más, que hay que ser honesto y buena persona no para que todo el mundo te quiera sino para que, quienes lo hagan, lo hagan de veras. Al fin y al cabo se trata de que, al dormirnos para siempre, quede un aroma de bondad que despierte una media sonrisa. La más conmovedora forma de decir adiós a un año… o a una vida.