Almudena de Arteaga presenta su novela, “La estela de un recuerdo”, en una entrevista donde también se sincera sobre su título como marquesa de Cea
Gracias a su padre, Íñigo de Arteaga, XIX duque del Infantado, se convirtió en la XVIII marquesa de Cea. Un título que, según ella, sirve de bien poco a la hora de defender una carrera literaria, en su caso, de más de dos décadas. Autora de “La princesa de Éboli”, antepasada suya con la que se estrenó en el mundo de la novela –y que le valió su primer gran éxito-, Almudena de Arteaga firmará ejemplares de su nuevo libro, “La estela de un recuerdo”, el día diez en Sevilla y el quince en Cádiz. Dos fechas que nos sirven de excusa perfecta para acercarnos al perfil de esta mujer que, abogada de profesión, decidió abandonar su trabajo para dedicarse a su pasión. Y, como el corazón no se equivoca nunca, el tiempo ha sido el encargado de darle la razón a pesar de todo… y de todos.
-¿La realidad supera la ficción? ¿Es más fácil encontrar buenos argumentos en un hecho sucedido de veras?
-Quizás me tiro piedras en mi propio tejado pero no es tanto imaginar una ficción. Todo tiene una base histórica. Si ves “Juego de tronos” es así. La clave la encuentras en cómo lo narras. Hay que hacer sentir emociones al lector y, de manera sencilla, se llega.
-Tengo entendido que sus personajes sufren por amor mientras que, en su caso, la historia ha sido muy diferente…
-Bueno, la vida no es lineal y eso es lo bonito. Tener problemas y salir fortalecido de ellos. Todos hemos sufrido como padres, como hermanos, como parejas… En esta novela la voz narrativa es la de una mujer de una familia de siete. Transcurre en tiempos muy convulsos (la Guerra Civil) pero con ganas de vivir y con un amor inocente pero ilusionado.
-Si un lector le preguntara por su percepción de ese sentimiento, ¿qué le diría?
-El respeto es vital en cualquier relación humana. Ceder y esperar que la otra persona atienda tus necesidades. Es un “toma y daca”.
-¿Se reconoce en ese apodo que tiene como la “condesa descalza”?
-(Risas) Sí, me hace gracia. Tengo los pies muy puestos sobre la tierra y soy muy yo. A quien le guste, bien y, a quien no, también. Me considero una mujer moderna, actual.
-¿No marca ser aristócrata?
-La diferenciación de clases sociales ya no existe. Lo importante es demostrar cómo eres como persona. Eso es de lo que te tienes que sentir orgulloso en la vida.
-Pero alguna vez se habrá sentido señalada como “una rica más a la que le ha dado por escribir”…
-Por supuesto. Es un sello que te ponen por tener un apellido. Te tachan de conseguir las cosas por favores pero eso no se da en España. Mercedes Salisachs, por ejemplo, estuvo treinta años en la literatura y sufrió algo similar. Publicar un libro es fácil pero mantenerte, no. No nos pueden decir que estamos aquí por ser “hija de” a pesar de que haya quien intente denostarte. A mí me hace ilusión que me conozcan por mis antepasados pero lo que de veras me gusta es que me digan que soy escritora.
-¿Ha merecido entonces la pena el sacrificio?
-Sin duda. Colgué la toga de abogado de carrera y me dediqué a la literatura sin saber qué iba a pasar. Es un sector complicado, con sus aspectos bonitos y otros que no lo son tanto. Soy realista y lo que espero es poder seguir dedicándome a esto.
-¿Es muy diferente una jornada normal de una marquesa al de resto de ciudadanos?
-No. Vivo en Cádiz y mi vida es como la de cualquiera. Te levantas, cuidas a tus niños, vas al supermercado… La base de una buena educación es adaptarte y saber estar en un campamento de refugiados en Bali o en un almuerzo en el Palacio Real. Hay que construir sobre el respeto y eso no se enseña en el colegio. Una marquesa puede estar en la pescadería y no pegar un empujón a nadie. Siempre he tenido el como lema no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan. Hay que tener sensibilidad.
-Cambiemos hacia otra sensibilidad… La política… Ya que vive aquí… ¿Cómo la ve en Andalucía?
-Pienso que la alternancia en los Gobiernos es buena. Fuerzan a mejorar y no a apoltronarse en el sillón y a tirar de amiguismos. Para gobernar hay que estar preparado. El electricista no pone tuberías con lo que debemos hacer una depuración absoluta en la clase política predominante.
