La escritora colombiana ha presentado en Sevilla su novela “Memorias de un sinvergüenza de siete suelas”, ambientada en nuestra ciudad y donde, a partir del funeral de un “Casanova” que alcanzó la gloria haciendo el mal a todos a su alrededor, refleja con acierto la hipocresía social y sus estúpidas leyes basadas en las apariencias
“Todos los mortales deberían ensayar estar muertos”. Eso afirma Francisco Valiente, toda una personalidad en la ciudad de Sevilla, desde el interior de su ataúd junto al que pasarán quienes lo odiaron y amaron mientras él mismo, su mujer y su eterna amante repasan en detalle unas vidas llenas de pasión, odio, engaños y frustración. Un ser capaz de arrasar con todo, dejando muchas víctimas en el camino, con tal de alcanzar el estatus social que no tiene.
-¿Por qué eligió Sevilla como escenario?
-Este personaje solo podría estar aquí. Conozco la ciudad desde el 88 y me recuerda a Sudamérica, con unas clases sociales mucho más marcadas y una sociedad clasista. Es un lugar de contrastes, donde nada es difuso y hay un abismo entre el sol y la sombra. Me hacía posible que un hombre que venia de la nada se incrustara en la “flor y nata”. Un trabajo de filigrana por el que sacrifica todo, daña a muchos y deja bastantes cosas atrás.
-¿“Sinvergüenza” es el peor calificativo que existe?
-No porque se suele usar como “sinvergüenzón”. A estas personas se les exime de culpa porque tienen un punto de ingenuidad o inocencia… ¡Que es mentira! Pero saben hacer daño tan bien que se les termina perdonando.
-¿Se puede alcanzar la gloria haciendo el bien o es más difícil?
-Él elige hacer daño pero, sorprendentemente, lleva a rajatabla su creencia en la Virgen, a la que mima e incluso cree que le ha hecho un milagro para ayudarle. Se acoge a eso de “El que peca y reza, empata”. Existen muchos así en pleno siglo XXI. Es un momento de trampas y destapes de fechorías en la sociedad española, que está llegando a saturarse. Ya nadie confía en nada y por eso, cuando alguien surge fuerte de pronto, pensamos… algo indecente habrá hecho para estar ahí. “Piensa mal y acertarás”.
-¿Suelen llegar tarde los arrepentimientos?
-Solemos buscar la solución a las cosas cuando ya no es posible arreglarlas. Seguro que al morir, cuando ves desfilar toda tu vida frente a ti en un instante, piensas que es una pena que no puedas arreglar algunos asuntos.
-¿En la vida hay más verdades o mentiras?
-Ambas. Hay que entenderla y no pedirle nada, solo vivirla. Si esperas mucho corres el riesgo de defraudarte mucho, si no esperas nada te puedes sorprender con las cosas buenas que te lleguen.
-¿Cuál es el sentimiento más fuerte que existe?
-El odio genera adrenalina y adicción. Engancha más que el amor. Encadena. Es un veneno que llevas dentro y te mata dejándote vivo porque no te deja estar limpio por dentro. Nos convierte en seres malvados. Un motor que te levanta con el pensamiento de generar maldad hacia el otro.
-¿Siempre que uno ama mucho corre el riesgo de sufrir mucho?
-En la vida y en el amor hay altos y también bajos que necesitamos entender para crecer. Hasta que eso se descubre el amor es sufrimiento. Las mayores pasiones vienen de padecer, de morirte y resucitar después. El amor idílico no interesa porque la gente se identifica con el que pasa por baches y puntas, que no es menos amor que el otro.
-¿Por qué se alargan las relaciones que no llevan a nada?
-Por la comodidad, por el qué dirán y porque la familia es aún, para muchos, una tradición irrompible. Viven en una mentira pero hay a quién le funciona y le resulta agradable el juego. Sobreviven emocionalmente antes que plantarle cara. La infidelidad no rompe relaciones, es la consecuencia del desamor que realmente acabó con ellas.
-Si hubiera existido la prensa del corazón en el tiempo en el que transcurre su novela, ¿Habría vapuleado a esta familia?
-Correrían ríos de tinta y titulares de todo tipo. No creo en ese periodismo de marketing en busca de una audiencia que siente morbo por saber qué hay o quién esta peor. Es rastrero vender la intimidad para vivir. Sería lo último que haría.
-¿Por qué la política no nos atrae de igual forma?
-Los sentimientos y las emociones nos unen a nivel mundial. No hay llantos o carcajadas en japonés o francés. Es lo que conforma al ser y le remueve por dentro. Hace que te vuelques en una causa, te eches a la calle… La política no lo consigue porque rema para sí misma, buscando recoger. Le falta humanidad, corazón y empatía.
