Por Ricardo Castillejo
Lo que pasó el domingo por la noche en el Festival Starlite de Marbella fue, para mí, un auténtico descubrimiento. Han tenido que pasar 35 años de carrera, los que lleva el italiano en la carretera, pero, como dice el refrán, “nunca es tarde si la dicha es buena” y, en este caso, la dicha fue mucha… y muy buena. Claro que sabía que Eros Ramazzotti era un hombre atractivo. Y que tenía varias canciones estupendas algunas que, a lo largo de estas décadas, he escuchado en innumerables ocasiones. Lo que pasa es que, fruto del marketing posiblemente, para mí era uno de tantos “chicos guapos” de la música que, por su sex-appeal o por lo que fuera, había perdurado a lo largo del tiempo.
Craso error. Porque, cuando un artista vende lo que éste -más de 65 millones de discos-, cuando permanece como un referente que sobrevuela por varias generaciones ya, está claro que es por muchas cosas, pero no por azar. Y así se demostró sobre el escenario de la marbellí cantera de Nagüeles en la que el público -entre el que se encontraba Yola Berrocal o Alejandra Pratt-, disfrutó del buen hacer del, ante todo, un buen músico. Alguien que visitó el rock, el pop o los ritmos latinos con la misma naturalidad con la que se movía de un lado para otro, haciendo caritas a la gente, dando la mano y besos o poniéndose hasta una gorra que una admiradora quiso regalarle.
Con 55 años cumplidos, Eros -apoyado en una fantástica banda- sedujo a pesar de su incipiente barrigota de hombre maduro. Y a pesar de una voz que, sin ser la mejor, no solo no desafinó en ningún momento sino que, en la parte de él solo con su guitarra, emocionó por su suavidad y sus matices. Un poco hosco quizás en la apariencia de sus maneras, Ramazzotti encierra una increíble sensibilidad que solo algunos privilegiados, tocados por la varita del arte, poseen.
Razones, como vemos, más que de sobra para cosechar un rotundo éxito apoyado en temas míticos que no faltaron como “Si bastasen un par de canciones” o “La cosa más bella”, maravilloso himno al amor que puso el broche de oro a una de esas mágicas e inolvidables noches que, de vez en cuando, la vida pone en nuestro camino.