La escritora, traducida en más de 20 países, se sincera para “Sevilla Magazine” en una entrevista concedida con motivo de la publicación de su nueva novela, “El testigo invisible”

Ricardo Castillejo

Confiesa que le ha costado mucho que le reconozcan como escritora y poder deshacerse de la imagen de personaje de “papel cuché” que tuvo hace unos años pero, al final, Carmen Posadas, lo ha conseguido. Así, esta uruguaya afincada en España es en la actualidad una de las autoras más vendidas de nuestro país… y fuera de él. Ganadora del Premio Planeta en 1998 con “Pequeñas Infamias”, la que también es hija, madre y abuela, quiso ayer hacer con nosotros una reflexión sobre la vida aprovechando su visita a nuestra ciudad para presentar su novela, “El testigo invisible”, ambientada en la Rusia de Rasputín y los últimos zares.

-¿Por qué este marco para la historia que cuenta en su libro?

-Porque mi familia vivió en Rusia cuatro años y yo misma me casé allí en 1972. Ha sido un tema muy recurrente en mi camino hasta que mi hermano Gervasio me propuso escribir algo sobre las hijas del zar (que, por otro lado, habían inspirado ya muchos textos). El caso es que empecé a investigar y me di cuenta de que aún quedaba mucho por saber.

-¿Como todo lo que cuenta de Rasputín?

-Por ejemplo. De su muerte solo se conocía la versión de su asesino pero ahora se ha desvelado que fueron los servicios secretos británicos los que intervinieron. En la novela histórica hay un peligro pues puedes caricaturizar a la persona o reducirla a cartón-piedra. Aquí tenía mucha documentación como la que afirma que la famosa “verga de Rasputín” que se conserva en un frasco no es de él ya que le machacaron los genitales antes de morir. Dicen que tenía una mirada que nadie podía sostener… Sea como sea, no me gusta juzgar a los personajes. Que sean los lectores los que lo hagan…

-Unos lectores que, en su caso, se cuentan por millones… ¿Le ha costado quitarse la imagen de señora “glamourosa” que escribe?

-Por suerte es una etapa que pasó y sí, me costó. Durante mucho ha sido un sambenito que me colgaron. Ahora, como me estoy haciendo vieja, quizás me toman más en serio como escritora.

-La verdad es que se la ve estupenda físicamente y usted no se avergüenza de reconocer sus “arreglitos”…

-Para nada. Mi hija, que se dedica a la estética, me hace todo tipo de “recauchutaje”. Creo en ese tipo de medicina y pienso que si puedes hacer lo que esté en tu mano para conservarte mejor, ¿por qué no? Lo que no me gustan son los “liftings” pues, para uno que queda bien, hay cien que no.

-¿Deporte?

-Me da mucha pereza pero todas las mañanas tengo mi “tablita” de gimnasia. Luego hago bailes de salón. El tango me encanta, el chachachá…

-En cierta medida ha sido pionera como escritora femenina y que se cuida, ¿verdad?

-Sí. En eso el panorama ha cambiado drásticamente. Cuando empecé parece que había que ser “desastrada”, no depilarte el bigote… Eso ha pasado aunque sufrí mucho a cuenta de eso. Mucha gente pensaba que tenía “negros” que escribían por mí. No tienes por qué tener gafas para ser intelectual.

-¿Puede vivir de la escritura?

-Desde que gané el Premio Planeta. Es una satisfacción porque, además, no sé hacer otra cosa. Para el resto de asuntos soy una nulidad. Cuando ganó el Nobel Vargas Llosa, su mujer le dijo: “Escribe porque no sirves para nada más”. Y yo me siento así… (risas).

-¿No ejerce de abuela?

-Claro. Y de hija. Soy de la “generación sándwich”. Tengo tres nietos: de cinco y dos años y dos meses y, el día de mañana, me daría mucha satisfacción que pensaran: “¡Ay que ver qué “curranta” era mi abuela! (risas).