Querido Pablo:
Hace unos días tuve oportunidad de verte en el Auditorio Fibes cantando los temas de tu último trabajo, “Camino, fuego y libertad”, y, más que eso, emocionando al público que estaba allí presente y con el que tienes una forma de conectar como, yo al menos, he visto pocos que posean. Allí, con tus tres músicos y tu piano, volví a confirmar cuánto me gustas profesionalmente y cuánta alegría me da -no podía ser de otra manera- que te vayan tan bien las cosas recogiendo lo que, por tu talento, tu perseverancia y tu inmenso amor por tu profesión, mereces. En pocos años has pasado de ser un ex concursante de “OT” por el que apostaba poca gente a convertirte en un auténtico ídolo de multitudes, admirado, querido y respetado.
Nunca se me olvidará la primera entrevista que te hice, almorzando en un bar al lado de mi casa junto a nuestro amigo común Fran Leal, de Universal Music. La profundidad de tu “alma vieja” me hizo sentir muy gusto a tu lado y temí que el lograr el éxito que te estaba aguardando, te volviera más superficial y deshumanizado.
Pero no. El tiempo -y los encuentros que hemos vuelto a tener-, me ha demostrado que tienes tu cabeza muy bien asentada y que, pase lo que pase, tu corazón siempre albergará un lugar, grande o pequeño, para quienes creyeron en ti. Tu madre, tu familia, tus amigos… o un periodista, como es mi caso, que te agradecerá siempre el cariñoso saludo que le enviaste desde el escenario en la referida actuación de Sevilla. Los detalles son los que diferencian a los grandes de los demás. Y tú estás lleno de ellos. Hasta muy pronto…