Cada año cuando llega esta misma fecha, lo mismo. Que si “me parece ñoña”, que “el Día de los Enamorados es el del Corte Inglés”, que lo que hay que hacer es demostrarse el amor de continuo… Pues sí. Posiblemente todos tengan razón aunque también, posiblemente, todos estén equivocados porque, ¿cuál es el problema con San Valentín? Quiero decir, si celebramos la Navidad –cuando está demostrado con bastante certeza que Jesús no nació en el momento que festejamos-, si invitamos a la familia para nuestro Santo o en los cumpleaños, si no se nos pasan los aniversarios… ¿Por qué esa tirria al 14 de febrero? ¿Será porque siempre le andamos poniendo cortapisas al amor?
Para empezar sería importante definir en qué consiste ese sentimiento aunque, por supuesto, no voy a ser yo quien tenga la osadía de hacerlo cuando tantos y tantos sabios de la historia lo han intentado… y no lo han conseguido. Lo que sí podríamos sería eliminar de la lista lo que no es y así reduciríamos bastante las opciones porque, para empezar, seamos francos: EL AMOR NO ES SUFRIMIENTO. No, no lo es. Por mucho que se empeñaran los románticos en verlo así, se equivocaban con lo que, si están en esa tesitura, cambien el “chip” lo antes posible. Igual que si confunden amor con pasión, con ilusión, con fantasía o hasta con interés. Nada de eso.
El amor, contemplándolo con madurez, es un sentimiento positivo que une a la gente y bajo cuyo manto uno crece como persona. Es hacer agradable la vida al otro entregándole lo mejor de ti y, a la vez, recibir del contrario esa confianza para mostrarnos tal como somos y, además, sentirnos respetados. No encuentro calificativos negativos para describir, como la llamaba Alejandro Sanz en una canción, “La fuerza del corazón” con lo que, recubrirla de mierda –y perdón por la palabra-, no hace sino reforzarme en la idea de lo poco que muchos conocen en materia emocional. Claro que a ello ha contribuido nuestra cultura del autofustigamiento y del estar convencidos de que es el dolor la llave de la felicidad eterna cuando, el cielo y el infierno, están alrededor nuestra esperando que nos decidamos a entrar en uno o en otro.
Por eso entono en público mi defensa de la jornada de ayer durante la que Cupido se apresuró a tirar sus flechas en el centro del pecho de quienes siguen creyendo en la misma magia que, la noche del cinco de enero, por ejemplo, hace venir a Sus Majestades de Oriente a todos los hogares del mundo. Si lo segundo lo defendemos a capa y a espada, y lo pasamos de generación en generación, lo primero no puede pasar inadvertido pues tampoco entiende ni de país, ni de sexo, ni de físico, ni de edad.