Mi amiga Olga es un ejemplo a seguir. Y además, en muchos sentidos. Es una mujer valiente y joven (a pesar de estar cerca de los cincuenta) que no ha tenido problema en ponerse el “mundo por montera” apostando por un hombre al que, a pesar de separarle muchos años (de menos para él), le unen muchas cosas, habiendo encontrado así uno de los secretos del amor: el respeto y, en consecuencia, la aceptación. Suele pensar el que tiene menos edad que, para el otro mayor, le está haciendo casi un “regalo” con su juventud olvidando que la sabiduría es un valor que no tiene precio y con el que, por ejemplo, podemos acceder a un cúmulo de experiencias que, de otra forma, tardaríamos mucho (si es que llegan) en que aparecieran ante una mirada menos versada.
Por eso me da mucha alegría conocer historias que, igual que la de Olga, están a la orden del día. Como la del noviazgo de Susan Sarandon con un chico 31 primaveras menor que ella quien, a pesar de sus 67, sigue conservando un gran atractivo -unido a su magnética personalidad- que, seguro, han sido dos bazas innegables que, a su actual pareja, le han prendado. Y así podríamos estar toda esta columna, y varias más, citando casos pues, Angelina Jolie (38) y Brad Pitt (50), Hugh Jackman (45) y su esposa, Deborra (58), o Beyoncé (31) y Jaz-Z (43) son solo el principio de un interminable listado que, en nuestro país, también cuenta con casos como Miguel Ángel Silvestre (31) y Blanca Suárez (25) o tantos y tantos más que seguro tiene ustedes cerca o en mente.
Lo que importa es, según cuenta Pastora Soler en estas mismas páginas, entenderse pues ella, que también es más pequeña que su marido, Francis, es consciente de que, gracias a la madurez (que, por desgracia, no siempre viene con el paso del tiempo) de su esposo, su vida cambió y pudo evolucionar hacia una nueva etapa no por menos “loca”, menos apasionante. Incluso me viene a la memoria el caso de Ana Reverte, hoy en la versión impresa de “Sevilla Magazine” declarando que, a los sesenta, también puedes enamorarte locamente.
Las cosas serían bastante distintas si pudiéramos dejar la mochila de los prejuicios a un lado y caminar libres de tanto peso pues pensamos demasiado en cuestiones, a la larga, poco importantes, olvidando que, lo que de veras importa, es estar en paz y ser felices. Una enseñanza que, a pesar de todo lo que se repite, con frecuencia aprendemos demasiado tarde. Nadie escarmienta por cabeza ajena pero, tener que hacerte una brecha sin necesidad, es ser demasiado tercos, ¿no? Por eso, GRACIAS a todos los que, como Olga y el resto, sirven como referencia. Su victoria son esperanzas para el resto.