Ricardo Castillejo

Comienza la cuenta atrás del Salón Internacional de la Moda Flamenca que, después de la celebración de la Pasarela Solidaria, “We love flamenco”, se convertirá en el gran escaparate de un sector que, más allá de absurdas guerras –las cuales lo único que hacen es minar un sector que, como todo, se encuentra bastante tocado por la crisis-, debe ahora aunar fuerzas y, entre unos y otros, ayudar a que la economía –y no olvidemos que, por muy fascinante que resulte el mundo de la imagen, es un negocio– salga adelante para que, de aquí a un tiempo, podamos reírnos de todo este desastre que nos asola y del que, sin tener la culpa, sí tenemos algunas soluciones en nuestra mano.

La vida en sí misma es competitiva y llega un momento en el que los aprendices alzan el vuelo y emprenden iniciativas propias que beben de las de los maestros y que, hasta cierto punto, las imitan. Ha pasado, y pasa, en la pintura y la escultura, en la arquitectura, en la literatura, en la política y, cómo no, en el diseño y el mundo empresarial. Por eso, es lógico que de ese Simof que, el año que viene, cumplirá dos décadas (y al que el traje típico debe su esplendor actual) hayan nacido con posterioridad alternativas como esas citas que los profesionales han organizado por su cuenta y riesgo para presentar sus colecciones o, sobre todo, la multitud de eventos solidarios como el que, este fin de semana, ha despertado las polémicas “rosas”.

Raquel Revuelta –y un equipo en Doble Erre entre el que no podemos olvidar a su director creativo, Pedro González-, son piezas clave para que, la moda andaluza en general, haya alcanzado cotas de popularidad y mercado que jamás antes había tenido. A partir de ahí, en vez de destruir, construyamos y defendamos aquellos proyectos en los que creamos siempre desde el respeto y dejando al tiempo la compleja misión de poner las cosas y a la gente en su sitio. Todo lo demás es perder energía y sembrar una negatividad de la que jamás nacerá ningún buen fruto.