Las Carlotas, unas clásicas de las sevillanas, presentan su disco “Con la música a otra parte”
Las hermanas de Sanlúcar de Barrameda llevan más de 25 años paseando las sevillanas por toda España al tiempo que derrochan una simpatía y sencillez que ha conquistado a un público que las ha convertido en todo un referente de esta música tan nuestra para la que piden un mayor apoyo.
-Como está el mercado, sacar un disco número veintitrés es de grandes, ¿no?
-(Carlota) Uno por año. Además siempre con el mismo equipo y el mismo círculo de trabajo hasta ahora, que hemos cambiado de compañía y de arreglista. ¿Para qué tocar nada cuando te va bien?
-¿Les sigue imponiendo el escenario?
-(Carlota) Confío en mí y en lo que soy capaz de hacer pero tengo cada vez más miedo. Comprendo a la perfección la decisión que ha tomado Pastora Soler porque la responsabilidad es mucho más grande y pesa más cuando pasa el tiempo. Hay que pelear con los temores para que no puedan vencerte. Ir con mi hermana es también un apoyo, porque una empuja más cuando la otra está más debil (aunque tiene la parte mala de diferencias de opinión o de enfoques que se le darían a las cosas).
-¿Con más de un cuarto de siglo en la música ya lo han aprendido todo?
-(Carmen) Sabemos mucho pero esto tiene demasiados altibajos. No podemos bajar la guardia y sentimos que cada disco es un empezar de nuevo. Todavía nos podemos sorprender.
-¿Cómo ven las sevillanas? ¿Vuelven a levantar el vuelo?
-(Carlota) Creo que éste será un buen año para lo musical. Las sevillanas llevan el nombre de Sevilla y como tal tendrían que tener un sitio privilegiado. El flamenco es otra seña de identidad nuestra y lo han hecho Patrimonio de la Humanidad. ¿Es que las sevillanas son menos? No hay artista de los grandes que no las haya cantado: Camarón, Isabel Pantoja, Juana Reina, Rocio Jurado, Gracia Montes… Y es un estilo que no para de evolucionar.
-¿Cuál es el secreto para convertirse en personajes tan queridos?
-(Carmen) Nuestro público nos trata como si fueramos de su familia. Nos visitan en el camerino y nos cuentan anécdotas como si nos conocieran de toda la vida porque seguimos siendo las de siempre. Vamos a comprar a la plaza, a tomar el café a la playa y pegando nuestros gritos con las amigas (risas).
-¿Qué opinan ustedes, tan sencillas, de aquellos cantantes que se creen por encima de los demás?
-(Carlota) Esa gente es “gilipollas”. Hay que ser artista sobre el escenario pero, sobre todo, persona cuando estas debajo, y batallar más fuera que dentro. Cantando estás hora y media pero nuestro oficio no es solo eso. También tengo que decirte que la mayoría de los compañeros que conocemos son un encanto solo que, en ocasiones, se dejan nublar por quien los lleva, que les hace una aureola. India Martínez supo que estábamos en un concierto suyo y cantó un tema nuestro y al padre de Rosa Lopez le gustábamos mucho. Le canté un fandango por teléfono poco antes de morir. Son humildes. Luego está quien sale dos veces en la “tele” y se cree mejor que nadie.
-¿Cuál es su mayor logro?
-(Carmen) Tener una plaza con nuestro nombre en Sanlúcar de Barrameda y la insignia de oro de la ciudad. Nos encanta decir de donde somos y ellos han sabido correspondernos. También es meritorio haber hecho sesenta y dos galas al año o llevar tanto cantando sin parar.
-La única pausa fue durante su enfermedad, ¿no, Carlota?
-Si. El cáncer es como un toro al que hay que echarle mucha fuerza y valor para poder salir y yo le eché dos pares… Tengo amigas que se arrinconan y les doy consejo. Hay que luchar más que nunca. Ahi sentí el cariño de todo el mundo. Me llegaban muestras de cariño de España entera y mi familia fue como una piña, todos a una.
-Esta carrera tiene muchas luces… ¿también sombras?
-(Carlota) Claro. Mucha soledad. Se nos murió mi padre y tuvimos que salir a cantar. Lo mismo pasó con mi marido, al que tuve que dejar una vez en la UCI, o con mis niños malitos.
-Y la Navidad, ¿la contemplan como algo triste o alegre?
-(Carmen) ¡Qué bonita la Navidad de antes! Nuestro padre llegaba de la mar y tenía su copita de moscatel, el anís, los polvorones… y era poco más que eso, pero ¡qué feliz! Ahora es triste por los que no están, como él, y porque me ofende ver la mesa llena de comida cuando hay tantos seres humanos en la calle sin nada que comer.
