No sé si quiero llegar a la edad de Kirk Douglas. Creo que no pero, sea como sea, lo que sí sé es cómo quiero vivir lo que me quede de vida. Lo más lejos de personas complicadas y de problemas añadidos a los que ya de por sí vienen solos. Desconozco si habrá un más allá -de hecho, lo dudo-, pero, por si acaso la respuesta es negativa, tampoco voy a estar esperándolo. Prefiero disfrutar a tope cada minuto en este mundo, desprendiéndome lo más posible de complejos y autorepresiones.
Pasar a la posteridad no me interesa en absoluto, aunque prefiero dejar mejor recuerdo que malo. Por eso no sufriré si no alcanzo ese triunfo en mayúsculas que muchos persiguen -y que, a día de hoy, desconozco realmente en qué consiste-. Me niego a alimentarme del pasado, puesto que la nostalgia es, en cierta manera, dejarse morir. Y también me niego a envejecer porque, mientras que cumplir años es obligatorio, arrugar el alma es opcional.
Quiero cerca de mí a personas como Joaquín Arbide -quien esta semana ha presentado su nueva aventura bibliográfica, “El catecismo erótico”-, de los que aprender a enfrentar miedos como el que la cuestión sexual, hilo conductor de su obra, nos provoca. Somos seres sexuales y el placer no es ningún pecado.
Denunciaré todas las injusticias que pueda aún a riesgo, como está Shakira ahora, de perder la voz. Porque siempre hay otras salidas. Siempre hay una manera de rebelarte contra lo preestablecido. Siempre hay opciones para ser tú mismo y siempre merece la pena el pago de tan honorable destino.