Hace muchos años entrevisté a la legendaria Amparo Rivelles y, siendo ya por entonces un niño un poco repelentillo -por lo sabiondo-, cuando le pregunté si había hecho en su vida lo que había querido, la actriz me respondió: “No, pero no he hecho lo que los demás querían que hiciese”. Claro que me pasó que, como mucho que te sucede cuando eres muy joven, no supe encajar el significado completo de aquel comentario el cual, mantenido en mi memoria todo este tiempo, ahora, en esta etapa vital en la que me encuentro, sí que ha adquirido sentido.
De hecho, en conversaciones con Pastora Soler -que esta noche vuelve a reencontrarse con su público de Sevilla después de su desmayo de 2014-, y con Nuria Fergó, ayer viernes, tanto una como otra -a un paso de cumplir los cuarenta-, me han reconocido cómo hoy día, sin tener clara totalmente la dirección que quieren seguir en ocasiones, sí que no les cabe duda de la que no les apetece en absoluto tomar. Es decir que hemos aprendido todos nosotros -como cuarentañero, me meto en el lote-, a, igual que “la” Rivelles, no hacer lo que los demás pretenden que hagamos.
Un lujo solo alcanzable cuando van pasando las hojas del calendario pero que convierte ese tránsito otoñal en, más que algo placentero, un éxtasis de libertad. Ésa que respiras cuando muchas cosas dejan de importarte mucho para importarte un pito.