Hay cosas que uno no se cree que puedan suceder, hasta que te suceden. Experiencias que parecen de película o de novela, de ésas que se escapan a un razonamiento ordenado hasta que, de pronto, sin saber por qué, un buen día te las encuentras delante. Como eso que ha contado Jorge Javier en “Cazamariposas” esta semana sobre un chico con el que estuvo y que le hizo fotos desnudo (y a su casa) para poder luego venderlas por ahí.
Claro que imagino que, para el presentador “estrella” de Telecinco, aquello sería uno de esos traumas que después cuesta superar por, al no encontrar un sentido a tan mal comportamiento, entrar en una espiral de pensamientos en bucle solo con intención de intentar dilucidar el sentido de todo aquello.
A mí, y a muchos, también nos engañaron. En mi caso, alguien llegó hasta a grabarme con un móvil en el coche, sin yo saber que lo estaba haciendo, en espera de un enfado provocado a propósito y buscando dicha reacción para, en realidad, no sé qué propósito. Y aunque al principio estás confundido (porque te cuesta creer que haya gente así), con el paso del tiempo todo vuelve a su ser y, ya con perspectiva, empiezas a ver más claro y a descubrir que éstas son personas pequeñas, acomplejadas, manipuladoras, tergiversadoras… “Estafadores del amor”, como el programa de Cuatro, que se aprovechan de la bondad y la debilidad del de enfrente para, jugando con sentimientos, lucrar sus egos y sus bolsillos. Una asquerosa y lamentable forma de ser y de vivir.