El autor de “Los asesinos del emperador” presentó ayer en Itálica “Circo Máximo”, segunda parte de la vida de Trajano, nacido en nuestra tierra y nombre clave en la historia de la Roma imperial

Ricardo Castillejo

Trajano, Adriano, Plinio el joven… Roma… Nombres que pertenecen a la historia y que son algunos de los protagonistas y escenarios, respectivamente, de “Circo Máximo”, la novela de Santiago Posteguillo que, con una expectación poco frecuente hoy día, fue presentada ayer en Itálica. Ahí, en la ciudad que vio nacer al mencionado Trajano, protagonista del libro, tuvo lugar la visita a unas ruinas que, si hablaran, contarían muchas de las historias que aparecen en un texto donde no faltan guerras, traiciones, viajes y tanta pasión como corresponde a tan excelsos personajes. Posteguillo, especializado en esta época y en este tipo de tramas, vuelve a superarse gracias a un completo ejercicio de documentación e investigación, por un lado, y de imaginación y buena literatura, por otro. Una mezcla… irresistible.

-¿Por qué Itálica como escenario de este estreno nacional?

-Bueno, había estado en más ocasiones y es espectacular. Aparte, teniendo en cuenta que Trajano era de aquí, tenía más sentido. Es cierto que Adriano la amplió mucho y que, lo que hay, no se parecerá mucho a lo original, pero sigue siendo una maravilla.

-¿Cómo era Trajano?

-Entiendo que una persona noble y recta. Lo admiraba el ejército, con cuyos soldados compartía primera línea de batalla, y también era querido como gobernante porque luchó contra la corrupción. En lo religioso fue tolerante, parando la persecución contra los cristianos, y en lo personal, austero (llegando a proponer mostrar las cuentas de los mandatarios).

-¿Tenía algo de andaluz?

-Hombre, algo tendría pero, la verdad, no lo he analizado mucho. Desde luego, como hispano nunca renegó de sus orígenes.

-¿Es cierto que le gustaban mucho los chicos y que bebía mucho?

-Sí. Las dos cosas. Era homosexual en una época en la que eso no suponía ningún problema. Sin embargo, aunque le gustaban los jóvenes, nunca trató mal a ninguno (y eso era mucho entonces). Estaba casado pero previo pacto. Diferenciaba mucho lo privado de lo público. Y en cuanto a beber, bebía mucho aunque con la salvedad de que les decía a su círculo que, si se pasaba con el alcohol, no obedecieran sus órdenes.

-¿Cuál sería el pensamiento que se quedaría de Trajano?

-Que hay que predicar con el ejemplo. Uno tiene que ser ejemplar ante los demás.

-¿Por qué le interesa tanto la Roma imperial?

-Es que es el origen de lo que hay hoy. La cuna de nuestras costumbres, la cultura, la lengua (y otras lenguas en las que nos comunicamos)… Es una manera de entendernos mejor sin olvidar la espectacularidad del momento. Batallas, asedios, gladiadores…

-¿Hemos mejorado mucho nuestro día a día o, en la esencia, seguimos siendo iguales?

-Desde luego que la tecnología y la ciencia han avanzado mucho respecto a la que había en Roma. Luego, en los celos, el amor, las relaciones… apenas se ha cambiado.

-¿Y de la política? ¿Qué me dice?

-Pues que nos enfrentamos a los mismos problemas pero los afrontamos de otra forma. Trajano, por ejemplo, obligaba a los corruptos a devolver el dinero y a exiliarse. Era bastante eficaz y muy revolucionario.

-¿Es complicado construir un personaje con vida propia a raíz de los datos históricos que quedan de él?

-En realidad nunca sabes del todo cómo era pero sí que deduces hacia qué lado de la balanza se inclinaba: bondad, maldad… Hay documentos de cómo se comportaban y eso ayuda. Si a eso le añades imaginación y capacidad de sorpresa para el lector, ya lo tienes (risas).

-Antes de terminar y, volviendo a Trajano, si tuviera oportunidad de encontrárselo cara a cara, ¿qué le preguntaría?

-Buena pregunta… (piensa)… ¡Sí! Le preguntaría si llegó a leer los papeles de Julio César para invadir Davia (hoy, Rumanía) y Parquia (zona de Irak e Irán).