Tiene más de 600.000 seguidores en Instagram y una página web en la que muestra, orgulloso, cómo ha ido, a lo largo de los años, evolucionando físicamente, pasando de ser un chico normal a la especie de caricato en el que se ha convertido en la actualidad. Su nombre es Rodrigo Alves y le conocen como el “Ken humano” y, aunque había escuchado hablar de él, no ha sido hasta ayer mismo cuando me paré a analizar con tranquilidad su perfil.
Un “juguete roto” más -nunca mejor dicho-, de unos tiempos en los que la superficialidad ha llegado a tal nivel que hay quien piensa que en el quirófano puede encontrar la forma de llenar un interior vacío. “Mi hermana necesitaba ponerse pecho”, me decía el otro día un amigo para justificar los implantes que la chica, después de mucha desesperación por lo pequeño de su busto, se ha hecho. Pero, ¿de veras era una necesidad? ¿Dónde está el límite en la estética cuando nos enfrentamos a nuestros complejos?
Fuera cual fuese, está claro que Rodrigo lo ha sobrepasado hace ya bastante, cambiando su físico a base de implantes para lograr un abdomen marcado y un rostro donde, microinjertos y rellenos, lo han deformado por completo. A mí, después de eso, me encantaría preguntarle: “¿Eres feliz?”. Porque mucho me temo que la respuesta sería “no”.
De todos modos, si en este caso el exterior refleja lo que hay dentro, creo que preferiría no profundizar demasiado.