Al ser humano le gustan los retos. Aunque no sirvan para nada. Le encanta lo de subir montañas y llega a la cúspide. Mezclar ADNs para ver qué resulta de tales experimentos. Y hasta ir a planetas de los que desconoce casi todo. En pocas palabras, nos atrae lo difícil. Es como demostrarnos a nosotros mismos que podemos cuando, en realidad, si estuviéramos seguros de nuestras posibilidades tampoco haría falta tanto. Claro que, en el amor, nos sucede lo mismo y, cuando alguien nos lo pone demasiado fácil, tendemos a no prestarle demasiada atención.
Ayer, si leyeron la entrevista de Ángel Martín en estas mismas páginas, se darían cuenta de que, esto que comento, es compartido por mucha más gente como él que ahora, además, está muy puesto en cosas del corazón gracias a su función, “Love pain love”, que ha traído al Quintero. Suyas, entre otras reflexiones, me quedo con que solemos considerar que las discusiones en una pareja, aun cuando son una excepción, son más importantes que todo lo bueno que la otra persona nos pueda aportar, siendo el momento de la ruptura el que, muchas veces, nos hace darnos cuenta de si hemos perdido alguien verdaderamente importante… o no.
A mí, será que me estoy volviendo más animal, cada vez me gustan las cosas más sencillas puesto que, las complicaciones, vienen solas. No tengo cabeza para retorcimientos ni, la verdad, me interesan.