Últimamente, la gente pone el grito en el cielo cuando se habla de lo que se paga en las revistas por las exclusivas de algunas bodas. Ayer, sin ir más lejos, se casaba Kiko Rivera y todos comentaban desde que si la revista “¡Hola!” había pagado sobre 300 mil euros para contar con las fotografías que nadie contará hasta que incluso dicha publicación se había encargado de montar el dispositivo de seguridad para evitar que ningún asistente pudiera utilizar los teléfonos móviles para enviar, de sorpresa, imágenes que no deben de salir a la luz antes de tiempo. Debe ser de los pocos matrimonios en los que la novia ha pasado tan desapercibida que ni siquiera su vestido –que suele ser foco de atención inmediata en cualquier otra ceremonia nupcial- despertaba expectación. Se hablaba de “la” Pantoja (mucho), de los hermanos Rivera, de la ausencia de Eva González, de la presencia de Raquel Bollo… Y, volviendo al principio, ocupó mucho espacio en la crónica del día lo del dinero.
Pero tampoco es para extrañarse tanto. ¿O nos hemos olvidado de lo que han significado históricamente las dotes a la hora de formalizar parejas? ¿No pensamos, cuando aceptamos el compromiso con alguien, en la calidad de vida que podemos compartir a su lado? ¿Cuántos “amores” se van al traste cuando lo económico deja de funcionar?
Triste es reconocer que en todo enlace hay algo de negocio pero Kiko Rivera, para ser justos, no ha hecho nada raro en esta ocasión. O al menos no más extraño que el resto. Lo que pasa es que ver la paja en el ojo ajeno es más fácil que sentirla en el nuestro. Ahí lo dejo…