La escritora gaditana narra en “Final de partida” los hechos que llevaron a la abdicación de Juan Carlos I cuyo hijo, Felipe VI, acaba de celebrar su primer año como rey de España
Como corresponsal para el diario “El Mundo”, Ana Romero siguió al monarca durante sus últimos cuatro años de reinado y consiguió más de un centenar de entrevistas con las que ha logrado completar el retrato de un rey ya mayor, de brillante pasado y trágico presente, con un cuerpo castigado, alejado de su mujer -con la que hace años que no convive-, envuelto por los escándalos económicos de su hija Cristina, por un matrimonio de su hijo con Letizia que no entiende y preso de un enamoramiento de Corinna zu Sayn-Wittgenstein en el que mezcla pasión y negocios…
-Su obra está siendo un “best-seller”… ¿Es porque los ciudadanos necesitábamos conocer más de esta entidad tan opaca como ha sido la monarquía?
-Los números nos dicen que estamos en el “top” de los libros de “no ficción”. Nunca habían escrito un texto que atañera de forma tan directa a la familia real y es normal que la gente quiera saber lo que ocurría en la intimidad de nuestros monarcas. Esa casa era un tabú pero ahora es sólo un “tabucito”, mucho menos acusado. El secretismo se ha empequeñecido y terminará desapareciendo.
-¿Ha notado un cierto temor a la hora de que se hable de su libro?
-El “respeto” se ve en que, a pesar del éxito, no me están dando espacio en los medios de comunicación convencionales. Fuera de Madrid nos cubren todos pero a escala nacional casi ni nos mencionan. No es un texto de escándalos ni que pretenda destruir a la monarquía de forma clara y objetiva pero sí me he atrevido con temas que no se habían tratado antes (o al menos no todos juntos y de forma cronológica).
-La principal pregunta al leerlo es… ¿cómo le hemos permitido tanto al Rey?
-Provoca sorpresa comprobar cómo ha podido llegar al extremo. Es el “Juancarlismo”, una acción de gracias colectiva de un pueblo que ve cómo un hombre actuó para llevarlos a la democracia y a una situación de seguridad. Lo que pasa es que eso tan bueno del inicio se transformó después. El pueblo ya no es monárquico y él está en la cúspide del sistema, con lo que le se ha sentido afectado.
-Cae bien, siempre se habló de su campechanía…
-No sé que entendían por “campechanía” pero se continuaba hablando de extroversión para referirse a sus caprichos o a esa incapacidad de controlarse, con muestras públicas de malos gestos a la reina Sofía, las collejas al chófer… Tiene una particular y “borbónica” manera de entender las cosas. Durante una parada en un museo de la Grecia antigua, y en una sala repleta de desnudos masculinos, me preguntó riendo: “Estos tíos eran todos maricones, ¿no?”. Ésa fue mi primera experiencia directa con su mal llamada “campechanía”.
-¿De qué forma lo describiría entonces usted?
-Como un hombre muy listo, con bastante olfato, muy vivo, muy “de piel”. Sabe cuándo una persona es fatua y puede manipularla para obtener lo que desea. Es miembro de una dinastía histórica y creció con el objetivo de ser rey, convencido de ello. Tiene un cierto casticismo pero no es que se sienta a gusto con el pueblo…
-Pues ha conseguido hacernos ver, a veces, que es uno más de nosotros…
-No es del pueblo. Sus gustos son propios de la “jet set” internacional. Veranea en Barbados, no en Chiclana. También es cierto que hubo cortesanos que participaron en muchas de sus irresponsabilidades al grito de “Sí, señor”. En ellos incluyo a medios de comunicación, grandes empresarios o políticos que lo adularon, le prestaron sus aviones, lo invitaron a sus fincas y le rieron las gracias. “Está como una flor”, le susurró al oído un alto ejecutivo español en una de sus últimas audiencias públicas cuando don Juan Carlos no estaba ya para tanto piropo.
-¿Cuándo empieza a cambiar todo eso?
-El 14 de abril de 2012 es el punto de inflexión, aunque el ocaso de su reinado comienza el 8 de mayo de 2010, cuando fue operado de pulmón y estaba convencido de que era cáncer. Él pensaba que se moría y era Corinna (a la que llevaba seis años unido) quien lo acompañaba hasta que se comprobó que el nódulo era benigno y se le pidió que se marchara, que no era necesaria ya que “la familia” estaba a punto de llegar. Doña Sofía apenas entró y salió de la habitación sin cruzar palabra con el recién intervenido. Por primera vez en 35 años existió la posibilidad de que el rey tuviera que abdicar por enfermedad. La idea de la sucesión nunca volvió a cerrarse.
-A muchos nos ha llegado el nombre de Corinna recientemente….
-Es la pareja estable del monarca mujeriego en los últimos diez años. Antes habían salido a la luz otras y se corría un tupido velo pero Corinna ha llegado a mucho más. Esta dama daneso-alemana casi treinta años más joven que él le acompañaba a cacerías o viajes y, desgraciadamente para la corona, también estaba en acontecimientos públicos. Adquirió un estatus impropio. Es una mujer muy elegante, con mucho estilo y guapa pero, sobre todo, inteligente.
-¿Desde cuándo está rota entones la relación entre los reyes eméritos?
-Hay personas que sitúan la ruptura en los 80 pero otros incluso en el 68, cuando introducen un heredero. Para la reina el destino final era situar en el trono a su hijo, ha sido lo más importante en su vida. En cuanto a su matrimonio, la situación era menos dramática vista desde dentro que desde fuera. Ella sabía lo que había y se ha comportado perfectamente, por eso es la más querida de toda la familia.
-¿Qué opina don Juan Carlos de la reina Letizia?
-Nunca le gustó que Felipe se casara con una plebeya. La suya es una relación complicada desde el principio y el fuerte carácter de ambos no ayudó nada.
-¿Y de Urdangarín?
-No habla, ¿Qué va a decir? Lo máximo que se acercó al tema es cuando dijo que la ley será igual para todos. Sus gestos después no coinciden con sus palabras. El ex duque de Palma lo visitó en el hospital y de puertas para fuera le daba la espalda pero para adentro lo protegía. Juan Carlos tiene falta de relaciones cercanas con todos, quizás algo mejor con Elena porque es la que menos problemas causaba.
