A todos nos ha conmovido la noticia del fallecimiento de Isi Sayago empezando por los propios medios de comunicación donde, por encima de la política, del deporte o de la economía, ayer fue la noticia más pinchada en las páginas webs de los periódicos generalistas.
Eso es sembrar, Isi aunque estoy seguro que, si pudieras echar un vistazo a la reacción que ha provocado tu partida, tampoco te sorprenderías tanto pues, en muchos sentidos, fuiste pionera. Como periodista, por tus trabajos en los medios de comunicación, y como persona, por tu conocido transplante y por ser la primera en Europa que, en esas condiciones, decidió dar a luz.
La verdad es que me siento afortunado por haber coincidido contigo en multitud de ocasiones y por haber descubierto en ellas a la persona cariñosa que siempre me demostraste ser. Suele pasar que, ante apariencias y voces contundentes como la tuya, se escondan grandes tesoros humanos a los que, en ocasiones, de tanto daño como se le hace en la vida, tienden a replegarse como medida de protección a los ataques externos. Sin embargo, la esencia está ahí y, aunque la coraza sea grande, al final, se descubre, se intuye, se percibe. En una mirada, en una sonrisa, en un gesto cercano que delata ese trasfondo de bondad que, de primeras, pudiera pasar desapercibido pero que, arañando la superficie, no tarda en aparecer.
Recuerdo cómo me contabas que tu nombre provenía de la egipcia Isis, diosa de la fecundidad y el nacimiento –algo que te venía al pelo-, y que, a pesar de que amabas tu profesión, más disfrutabas de los tuyos. Y recuerdo también tus sabios consejos respecto al trabajo y a las zancadillas que algunos ponen para impedir que otros avancen.
Una pena, querida Isi, que nos empeñemos en causar el mal ajeno cuando, un alma limpia, es lo único que merece la pena. Pensar en ti y que una sonrisa se dibuje en el rostro es la mejor prueba de que, de alguna forma, sigues con nosotros. Es un consuelo que, eso sí, no impide que, por siempre, te seguiremos echando de menos…