El humorista, famoso por sus intervenciones televisivas y radiofónicas, toma el relevo de La Terremoto de Alcorcón y, como maestro de ceremonias, coge las riendas de “The hole” hasta el próximo domingo
Quequé por Manuel de los Galanes
Es un hombre serio y precisamente ahí radica la clave de su sentido del humor. Al fin y al cabo, ¿para qué reírse de unos comentarios ácidos e irónicos que él mismo ha creado y conoce? Pero además, Quequé (nacido en Salamanca bajo el nombre de Héctor de Miguel Martín), es un actor capaz de transformarse en el maestro de ceremonias de un espectáculo tan completo (y complejo) como “The Hole”. Creado por Paco León, este “show” a medio camino entre el cabaret y el teatro más canalla, cierra esta semana su mes de representaciones en Sevilla contando con el monologuista como hilo conductor de una trama en la que, el canto al amor y la libertad, son los grandes protagonistas.
-¿Cambian muchas cosas entre la actuación de La Terremoto y la suya?
-Bueno, el argumento es el mismo solo que Pepa (La Terremoto) se enamora de una rata macho y la mía es hembra y se llama María del Mar. Luego cada uno desarrolla ciertos comentarios que son suyos.
-Porque, al final, el amor se da con quien menos uno imaginaba…
-Hay tantos ejemplos de eso que no queda más remedio que pensar así. Para mí es el mensaje que más me gusta defender aquí: el amor está en cualquier lugar y con cualquier ser. La clave es estar libres de prejuicios incluso para venir a “The hole”. Si no sufrirás un poco más…
-Es que a determinado tipo de público puede que le resulte un poco agresivo el montaje, ¿no?
-Puede suceder. Es arriesgado desde luego. Por eso hay a quien no le gusta nada y a quien le gusta mucho. Sea como sea, ganan estos últimos. Si no, no llevaríamos tres años.
-A usted lo llamaron hace uno… ¿Qué tal la experiencia?
-Es algo nuevo. Nunca había estado en un proyecto semejante. Cantas, bailas… Que hayan confiado en mí me reconforta. La apuesta nos ha salido bien a las dos partes pero podía no haber sido así.
-¿Improvisa?
-Lo que puedo y cuando se debe. No me obsesiona esa idea. La gente no se lo sabe con lo que tampoco pasa nada si se sigue el guión. Solo cuando bajo entre los espectadores, que es imprevisible, me dejo llevar un poco más.
-A su predecesora la han seducido hombres y mujeres de todo tipo… ¿Se repite en su caso?
-Claro… Es que uno alcanza la relación con María del Mar por las orgías, fracasos y excesos que has vivido. Buscas el amor más allá de la cosa física y dejas de darle importancia a cuestiones que no la tienen. Construí mi personaje más desde la locura que desde la ambigüedad de si era hetero o gay. Es una mezcla entre Javier Gurruchaga y Pepe Rubianes. Se lo ha tirado todo porque está loco y yo estoy agradecido por la libertad que da esa locura tan extrema.
-¿Cómo se encuentra cuando termina?
-Con un “subidón” muy bruto. El final es un bombón para cualquier actor y para los espectadores. Sales con tal energía, con tales deseos de divertirte, de fornicar… que necesito diez o quince minutos solo en el camerino para reponerme.
-¿Ha estado muchas veces en el “agujero”?
-Sí… Y las que me quedan. La vida es así. Eso no tiene importancia con tal de que te vuelvas a levantar. Espero que no se acaben los agujeros para volver a salir.
-¿Con qué ánimo viene a Sevilla?
-Tengo ganas. La carpa es una energía distinta al teatro (aunque yo en el Lope, del que me dieron muy buenas referencias, no estuve). Además, bajo desde Salamanca, donde hace un frío “de cojones” (risas).
-¿Es este papel un antes y un después en su carrera?
-Así espero. Nunca había hecho nada igual y tardará en aparecer algo similar. Vendrán más proyectos actorales y estarán bien pero seguro que serán de otra índole. Mis monólogos se han caracterizado por ser más serios, más irónicos y entiendo que es mi “sello”, una marca de la “casa”.
-Pasamos un momento complicado… ¿Hay menos ganas de reírse?
-No. El humor siempre es necesario. También nos reíamos cuando todo estaba mejor.
-¿Algún tema “tabú”?
-Ninguno. De algunos no me interesa tratar con lo que, por ejemplo, nunca haría un chiste sobre una violación (a no ser que la víctima fuera yo). El humor no debiera tener ningún límite.
